miércoles, 19 de octubre de 2011

Todas las mañanas me despierten besos.

Había probado el efecto de muchos besos cuando te conocí. Sabía que se me encoje el estómago con los besos en el cuello y que me parecen orgásmicos detrás de las rodillas.
Que me hacen llorar mientras me abrazan y me da la risa si son en la nariz. Que cuando estoy triste prefiero que me miren sin tocarme y cuando estoy contenta es mejor que me toques sin mirarme.
Están los besos de mi madre, los besos de mi abuela (o cosas pequeñas que hacen la vida bonita), los besos de mis amigos (o pedacitos de risa), los besos de mentira y los besos de verdad. Los besos que saben a libertad y los besos que quieres que te encarcelen para siempre, de los que desearías tirar la llave al mar.
Pero nunca nadie había besado mis lágrimas, nadie. Anoche me dormí pensando cómo explicar la sensación, pero no entiendo porqué tener que estropearlo todo con palabras, son recuerdos en blanco y negro que me sacan los colores¿Jesús? ¿Goku? Gilipolleces. Las veces que he resucitado yo por haber muerto a orgasmos por tu culpa, les dan mil vueltas.  Aunque sí que podría decir que el amor se inventó para ti, para los Martes astrománticos y el sonido de las olas.

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